Laura y Pablo eran hermanos opuestos. Ella era la alegría en persona, siempre con una sonrisa y lista para cualquier ocurrencia. Pablo, en cambio, era el clásico gruñón que encontraba motivos para quejarse hasta del buen clima.
Una mañana, mientras Pablo desayunaba en silencio, Laura apareció con un sombrero lleno de plumas y empezó a caminar como pingüino por la cocina. Pablo levantó la mirada, suspirando con cansancio. "¿Qué haces ahora?", preguntó sin mucho interés.
"¡Practicando para el circo de la vida!", respondió Laura con un giro dramático… justo antes de tropezar con la alfombra. Pablo trató de disimular, pero no pudo evitar una pequeña risa. "¿Te reíste? ¡Eso cuenta como victoria!", exclamó Laura, señalándolo triunfalmente. "Eso no fue una risa, fue… aire atrapado", contestó Pablo, intentando recuperar su seriedad.
Laura no se rindió. Durante el día, se dedicó a dejarle notas graciosas en sus bolsillos, cambiar su música por canciones infantiles y hasta prepararle un café con una carita feliz dibujada en la espuma. Aunque Pablo refunfuñaba, cada tanto se le escapaba una sonrisa.
Al final del día, Laura apareció con unas gafas gigantes y un bigote falso. "¡Entrega especial de buen humor para el señor amargado!", dijo, mientras dejaba un plato frente a él. Pablo finalmente estalló en carcajadas. "Eres imposible", le dijo con una sonrisa. "Y tú imposible de no querer", respondió Laura.
Así, entre bromas y gruñidos, ambos descubrieron que sus diferencias eran justo lo que hacía su relación tan especial.🩵🩷